Hoy toca Vigo, esa ciudad cuyo nombre su ínclito alcalde, Abel Caballero, ha logrado que evoque algo más que puerto, ostras y lluvia constante. Ha conseguido que ilumine la Navidad española con un presupuesto millonario en dar fulgor a todo su centro urbano, porque la tela de araña luminosa que ha diseñado se extiende por los aledaños de la calle del Príncipe, por Policarpo, la Alameda, Marqués de Valladares y todas sus perpendiculares.
La ciudad parece que revivifica. Asemeja mortecina durante el día y recobra la energía a partir de las seis de la tarde, con el encendido, para mostrar una versión diferente, alegre, orgullosa de sí misma. Lejos de la que trasmite en horario diurno, cuando la luz natural del día muestra las obras que mantienen levantada la calle Príncipe, o la antaño concurrida calle de las Ostras que parece vivir del recuerdo de lo que fue. Hace que el gris desgastado retumbe en el iris de quien la observa.
Y llega la noche y Vigo revive
Puerto, centros comerciales, llovizna, un casco antiguo que no parece ni la sombra de lo que un día alcanzó. Llegados de Compostela tras 50 minutos en tren, Vigo supone prácticamente la antítesis. Frente a un coqueto Santiago en el que reluce su historia y en el que brilla una energía espiritual especial, la populosa y oscura ciudad pontevedresa parece que languidece durante el día sumida en su penumbra marinera para resucitar cuando anochece.
A lo largo de la jornada la urbe viguesa da para pasear por el puerto, por el Mercado de la Piedra, para subir y bajar hasta el Castelo de Castro y contemplar la panorámica marinera de la ciudad. Para poco más si exceptuamos la excursión a las islas Cíes, más complicada en invierno por la lluvia, la escasez de luz del día y la reducida frecuencia de transporte.
Vigo, a mi ojo de turista ocasional que la ha transitado por tercera vez, merece la pena para visitarla por la noche y en Navidad. La opinión previa, fundamentada en las visitas anteriores, la he confirmado plenamente en este recorrido de enero: su alcalde goza de una inigualable capacidad de generar ensoñaciones sobre Vigo entre quien lo escucha y no conoce la ciudad. Después, la realidad, más allá del espectáculo lumínico nocturno, rompe el hechizo.