Tesoros de Jordania más allá de Petra (1): Wadi Rum, mar Muerto, monte Nebo, buceo en el mar Rojo…

Desierto de Jordania. Imagen: Imagen: Татьяна en Pixabay

Después de tres horas y media de conducción desde Valencia hasta el aeropuerto madrileño Adolfo Suárez -por primera vez contratamos el servicio de aparcacoches-, cuatro horas y media de vuelo para aterrizar en Estambul, 30 minutos de carrera por el Ataturk debido al retraso de Turkish Airlines en el primer trayecto para empalmar con el segundo hacia Amman, y dos horas y media más de transporte aéreo, aterrizamos en la capital jordana sobre las 23,30 horas.

Aunque nos ahorramos el trámite del visado individual al ir en grupo, sufrimos esa dependencia colectiva, ya que la maleta de una de las personas con la que nos han agrupado no ha llegado a destino. Toca llevar a cabo el siempre penoso trámite de reclamar, con la espera grupal consiguiente.

Asomamos a la enorme plaza situada junto al aeropuerto reina Alia. Primera imagen de Jordania. Trasiego de gente, animación, conversaciones…a la una de la noche. Mientras nos desplazamos, casi entre penumbras, alrededor de una hora hacia nuestro hotel, ubicado junto a la orilla que este país tiene en el mar Muerto, el guía nos va regando con una lluvia de información sobre Jordania en nuestro refugio de aire acondicionado que constituye el autobús.

Once millones de habitantes, de los que 4,5 viven en Amman, (capital de Jordania) seguridad absoluta las 24 horas -«la gente puede dejar abiertas las puertas de sus casas, que no les van a robar», afirma Mohamed que, cómo no, así se llama nuestro guía-, 400 metros bajo el nivel del mar es la altura a la que se encuentra el Muerto (mar también, aunque en la práctica sea un lago salado), repertorio de excursiones opcionales que a esas horas de la noche no apetece ni pensar en ellas…

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A las dos de la madrugada  -una hora menos en España- llegamos a nuestro hotel, el Grand East, perdido, como otros tantos, en el entorno del mar Muerto, donde hay poco más.

Baño en el mar Muerto

Mar Muerto
El Mar Muerto, Jordania. Imagen: SQV

El griterío de niños en el pasillo nos despierta. Eso y la luz que desde antes de las seis de la mañana ya desborda las cortinas. El desayuno es buffet, más adaptado al gusto de la mayoría de la clientela del hotel, árabe. Está lleno de turistas de países vecinos que, como pronto comprobaremos, disfrutan de las cuatro piscinas del complejo aunque evitan el agua hipersalina del mar vecino. Supongo que ya la tienen muy vista y sentida.

No es nuestro caso. Lo primero que hacemos, después de deambular curioseando el enorme hotel, con una conservación bastante alejada de nuestros cánones occidentales más pendientes de decorar hasta los pequeños detalles, es desplazarnos alrededor de medio kilómetro que cuesta descender hasta la playa privada. Perfectamente acotada por unas boyas, con sus tumbonas, ahí queda la coqueta playita en la inmensidad de terreno desértico.

Aunque incurramos en el tópico, no desaprovechamos esta ocasión irrepetible de hacer foto a quien flota en el mar y de disfrutar de esa inusual situación. Cuesta moverte, te escuecen hasta heridas que desconocías que erosionaban tu cuerpo, te entra -pese a que evitas chapotear para que no entre en tus ojos sal- algo de agua en la boca y sientes como si mordieras un bacalao en salmuera, pero lo disfrutas. Me recuerda al lago Titicaca, entre Perú y Bolivia, y sus islitas de totora en la originalidad. Se trata de lugares irrepetibles.

Y del agua salada vas a la vasija de barro ya preparada, metes la mano -por un instante me siento como pienso que puede sentirse un alfarero-, coges fango y te embadurnas el cuerpo. Y así aguantas unos 15 minutos, hasta que notas que se va secando.

De ahí al mar de nuevo para quitarte el barro, excepto el de la cara, que lo aguantas un poco más y ya te lo desprendes bajo el agua de la ducha situada en la orilla. Después te tocas la piel y realmente la notas más tersa. Ya veremos lo que aguanta. Y a secarte a la sombra en apenas un par de minutos. La sensación de bochorno y de calor recalcitrante se convierte en compañera inseparable.

En efecto, en la playa hotelera del mar Muerto estamos pocos más que el grupo de españoles. Los clientes árabes prefieren las piscinas, en las que el agua parece también hervida recientemente, como la del mar Muerto, como un caldo.

Por mucho que vengas de un país de veranos tórridos y de una zona, la Comunidad Valenciana, acostumbrada al calor Mediterráneo, este calor de Jordania resulta sofocante. Junto a la baja altitud eleva la sensación de cansancio y dificulta la respiración. Se trata de aclimatarse. Para eso está el día de hoy, más playero y hotelero, porque en los próximos nos esperan Wadi Rum y Petra, palabras mayores.

Madaba y su impresionante mosaico

Vista desde el monte Nebo
Vista desde el Monte Nebo, Jordania. Imagen: SQV

Iniciamos una jornada de viaje largo intercalada con visitas relevantes y alguna no tanto. Desde el mar Muerto nos dirigimos hacia Madaba, ciudad de Jordania de alrededor de 75.000 habitantes conocida por tener el monte Nebo en su cercanía y el mosaico cartográfico más antiguo descubierto, del siglo VI, en su iglesia de san Jorge. El primero de estos lugares está envuelto entre la leyenda y la historia y, principalmente, las referencias bíblicas que has ido escuchando desde la infancia.

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La tierra prometida. Imagen: SQV.

Moisés, su visión de la conocida como Tierra Prometida para su pueblo en la diáspora, su muerte…el ascenso al monte Nebo gira en torno a esta circunstancia, a situarnos en el punto desde el que se supone que el profeta contempló el lugar donde si iba a instalar la numerosa comitiva que lo acompañaba desde Egipto y la que se fue sumando en su búsqueda del espacio indicado donde asentarse. Una panorámica que impresiona más por este relato que por lo que se observa, con la ciudad de Jericó al frente.

También resulta interesante saber la historia de los franciscanos que han preservado los diferentes templos allí construidos o que han estado durante siglos buscando infructuosamente la tumba de Moisés.

A la salida del recorrido nuestro autobús, por una iniciativa de esas de guía turístico que da un giro a los acontecimientos, nos para en una fábrica de mosaicos para que nos expliquen su elaboración artesanal, como dos mil años antes. Nos insiste en que no es para comprar; no obstante, después del relato de cómo confeccionan, llega esa larga media hora en la que nos sumergen en una tienda en toda regla, con el té de obsequio y con el guía sin ninguna prisa por marcharnos.

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Mosaico de la Iglesia de San Jorge, una joya del siglo VI. Imagen: SQV

Al final lo hacemos rumbo a Madaba, para contemplar el mosaico de la iglesia de San Jorge, que identifica ciudades, ríos o castillos del siglo VI. En un restaurante cercano comemos ensalada mentolada, humus de garbanzo, de berenjena y carne de pollo y ternera, entre otros alimentos típicos de Jordania.

Emprendemos rumbo hacia el desierto de Wadi Rum

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Carretera de Jordania. Imagen: SQV

Y ya toca iniciar el largo desplazamiento hasta Wadi Rum, al campamento en el célebre desierto jordano. Nos aguardan alrededor de cuatro horas de tránsito, principalmente por la autovía del desierto, una carretera internacional que enlaza varios países y en los que te encuentras tramos con socavones, con badenes y con estrechamientos o alargamientos de calzada.

Hacemos parada en restaurante/tienda de carretera, nos detenemos unos minutos para ver amanecer desde la carretera y llegamos ya de noche al campamento, directos a la cena. Nos perdemos la extracción de la carne de debajo de la tierra, ya que lo dejan durante dos horas en el subsuelo, en un recipiente, para acabar su preparación.

Al contrario que en el buffet del hotel del mar Muerto, aquí las mesas están limpias y no tienes que pedirle a un camarero que quite platos y vasos (entre otras cosas) de alguna para que quede sitio para comer. Ni reclamarle la cubertería porque no te la ponen. Igualmente retomamos la carne de cordero y de pollo con un buen repertorio de ensaladas.

Está todo oscuro y queda poco más que hacer que medio instalarnos en las casas de madera acortinadas asentadas en medio del desierto, con sus camas y cuarto de baño. Todo muy acondicionado. Antes de irnos a dormir nos obsequian con una baile y unos cánticos beduinos al alrededor de centenar de visitantes que hoy pernoctaremos en Luxury Camp. En nuestro caso, en las casetas más modestas; en otros, con ´burbujas´ con terraza vallada. Mañana nos espera recorrido por el desierto en 4×4 a las ocho de la mañana.

Amanecer en el desierto

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Desierto de Wadi Rum, Jordania. Imagen: SQV

A las cinco y media ya es completamente de día, y a las seis emerge el poderoso astro solar. Si no te sitúas en el lugar adecuado, te pierdes su aparición, ya que el hotel se halla repleto de colinas y tienes que buscar un hueco entre ellas para vislumbrar en la lontananza. O trepar todo lo alto que puedas en alguna de aquellas, que es por lo que opto. Las rocas están bastante horadadas, por lo que puedes introducir pies y brazos en numerosos espacios y seguir subiendo.

Desayuno a las siete, con casi nada dulce para ingerir. Y a las ocho la famosa excursión en 4×4, sentados en la parte de atrás, abierta, y subiendo y, principalmente, bajando dunas. Buscando los paisajes con más contrastes de colores (rojo, gris y marrón) o que recuerdan a escenas de películas filmadas allí, como la Guerra de las Galaxias. Y con la inevitable parada a tomar té y que intenten venderte algo en una tienda con, sorprendentemente para nuestra visión europea occidental, todas las comodidades en medio del desierto.

Por cierto, después de arena lo que más nos rodea, por desgracia, son desperdicios de todo tipo, principalmente de plásticos: bolsas, botellas, latas…, en cantidades ingentes vayas donde vayas. Eso mismo observas cuando vas en el autobús por la autovía del desierto o por la carretera de los Reyes, que cogeremos para ir a Petra. Una infinitud de arena e inmundicias, con alguna casa perdida y algún camello suelto.

Retornamos de la excursión en los 4×4 con el tiempo justo para lavarnos la cara y limpiarnos parte de la arena que nos ha ido lanzando el vehículo de delante a su paso y para cargar las maletas en el autobús. Próximo destino: Petra. O, mejor escrito, la denominada Pequeña Petra, el lugar donde desviaban a las caravanas, hacían pagar una tasa a sus componentes (el guía nos insiste en que la casa de impuestos más antigua del mundo es una especie de templete excavado en la pared por delante del cual pasamos) y les ofrecían comida y alojamiento.

Efectivamente, en cuanto a construcción, parece una recreación en miniatura de Petra, con un pequeño pasaje al estilo siq de unos 200 metros. Se trata básicamente de subir un par de escaleras talladas en las paredes del desfiladero y contemplar los restos de cisternas, de la citada casa de impuestos y de un templo.

Calor asfixiante que nos sirve de ensayo para lo que viviremos mañana en la gran Petra. Antes, toca alojamiento en el hotel y visita a un hammam local, algo que siempre intento convertir en imperdible cuando visito un país árabe.

Es la primera vez que entro en un hammam mixto, donde compartimos estancias hombres y mujeres en bañador, en países árabes. Este, además, carece del encanto de la decoración que he encontrado en Estambul, Siria o Egipto. Basta un habitáculo con azulejos azules y blancos con un chorro de vapor que lo embriaga del calor de una sauna, una sala para un primer enjabonado y una segunda, compartida, para tumbarse en un mesa de mármol y que te hagan el segundo enjabonado con masaje incluido. En media hora nos ventilan.