Tras un completo viaje recorriendo Albania de sur a norte, ponemos rumbo hacia Kosovo, previo paso de extremo a extremo por el lago Koman para desembocar en Fierze. Así que empezamos el octavo día de nuestro viaje con un despertar tempranero para dirigirnos a este lago bonito lago albanés. No se trata de que la distancia desde Skhoder al embarcadero resulte elevada (unos 56 kilómetros), sino que la carretera es pésima. Tardamos dos horas largas en hacer el recorrido por una vía principal repleta de socavones, con abundantes tramos de gravilla y curvas peleonas.
El barco zarpa a las 9 o 9,30, que hora fija no tiene; no obstante, el objetivo consiste en llegar
con tiempo para asegurar que entra el vehículo en la plataforma del barco y que tenemos sitio.
Total, que a las 8,25 ya estamos sentados en nuestras butacas de interior (fuera azota el viento
gélido) y la embarcación sale finalmente a las 9,20.
Recorre 34 kilómetros en dos horas y media entre desfiladeros escarpados y aguas de un verde
turbio rebosantes de botellas flotantes. Una pena que a la par que el incremento del turismo
llegue también el aumento de la contaminación. Ya lo comprobamos con los vertidos
incontrolados en el Valle del Theth.
Sobre las 12 horas atracamos en el embarcadero, situado a unos 30 kilómetros de la frontera
de Kosovo, el país de los dos millones de habitantes, la bandera azul con seis estrellas o la
última guerra en Europa del pasado siglo XX que aún retumba en la memoria de muchos de sus
habitantes.
Traspasamos la línea fronteriza sin problemas y paramos, al poco, en un complejo hostelero
rodeado de naturaleza llamado Villa Italia. Soy poco de citar nombres de bares y restaurantes,
salvo cuando me sorprenden por la calidad. Como resulta más tangible repicar el precio que
describir los detalles de los platos, apuntaré que unos spaguettis a la boloñesa, una trucha con
guarnición, un pollo empanado con verduras, un refresco y dos jarras de cerveza de medio litro
cada una nos cuestan 23,5 euros. En Kosovo se paga directamente en euros. Por cierto, la
carretera ha mejorado ostensiblemente al traspasar la frontera.
El Monasterio ortodoxo de Visoki Deçani
Nos desplazamos 40 minutos más hasta el monasterio ortodoxo de Visoki Deçani, que destaca,
entre otras cuestiones, por sus frescos del siglo XIV, del mismo en que data su construcción. Si
no insiste en la época la persona que nos guía por su interior resulta complicado creerlo por su
perfecto mantenimiento. La edificación del templo se prolongó durante ocho años para abrir
en 1327. Conserva la tumba de su fundador, San Esteban, con su cuerpo incorrupto.
Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, resulta curioso recibir la amabilidad de
sus monjes (viven 19 en la actualidad), que se esfuerzan por saludar en castellano, y también la
de los soldados de la Kfor (en este caso, italianos), que lo custodian, al igual que otras iglesias
católicas para evitar ataques.
Pese a haber transcurrido más de dos décadas desde la guerra con Serbia, la complicada
situación de Kosovo (se proclamó país independiente y existe un amplio grupo de países que
no lo reconoce como tal, entre los cuales se encuentra España), la amenaza, o la protección
por si acaso, persiste. Las rencillas entre las partes serbia (minoritaria) y albanesa (mayoritaria)
penden en el subconsciente colectivo.
E igualmente se impone la obligación de entregar el pasaporte en la garita (camuflada de
vegetación) de la entrada para poder adentrarse en este recinto que transmite unas
sensaciones especiales, de calma. Pese a que la tanqueta que también se sitúa en la entrada
no las traslada.
Prizren, la ciudad principal de Kosovo
Desde el histórico monasterio una hora y media larga más de autobús nos separa de Prizren, la
principal ciudad kosovar, que se acerca a 200.000 habitantes, próxima a la frontera de Albania
por el norte. Nos alojamos en pleno centro de una urbe que se percibe animada y bulliciosa,
repleta de minaretes y con un espigado castillo oteando desde su cima. Al salir a cenar, con el centro abarrotado de paseantes y las terrazas llenas de parejas y familias, se confirma la impresión. La mendicidad también se multiplica respecto a lo percibido en Albania.
El noveno día comienza con paseo matutino por Prizren en una jornada en la que habrá
mucha carretera. El recorrido da para atravesar el río Blanco por un par de sus puentes, todos
nuevos incluso el reconstruido medieval, entrar en la mezquita de los derviches donde
preservan las tumbas de sus más ilustres sacerdotes, contemplar la panorámica del castillo
(parece que más allá de las almenas solo se extiende un aparcamiento) y retornar a nuestro
alojamiento para empezar el desplazamiento hacia Spojke, la capital de Macedonia del Norte.
Rumbo a Macedonia del Norte, la tierra de Alejandro Magno
Por el camino dejamos a un lado Prístina, la principal ciudad kosovar y atravesamos sin
problemas la frontera. La carretera mejora y se convierte en autovía. En menos de un par de
horas llegamos al centro político y cultural macedonio, a la ciudad que organiza la vida de los
casi dos millones de habitantes de este reducido país, el segundo más montañoso de Europa –
proporcionalmente- tras Montenegro, y con una denominación que evoca las gestas de
Alejandro Magno.
De aquel imperio y de las imbatibles falanges macedonias poco queda más allá del orgullo de
haber formado parte de ese pasado conquistador y expansivo. Ahora la bandera, incluso el
nombre con ese apellido ‘del Norte’, responde más a cesiones ante Grecia para conservar los
rescoldos de la grandeza pasada.
Los caracteres cirílicos que caracterizan su alfabeto, además de la autovía previa, muestran el
cambio evidente del país para el viajero. Empezamos el recorrido por Skopje (la capital) en la mezquita
de Mustafá Pasha, con sus vistosos frescos azules y su cuidado alfombrado. Desde ella nos
adentramos en el barrio musulmán, que, con rapidez, nos transporte mentalmente a Estambul.
Las viviendas literalmente son tiendas abiertas al público.
Dejamos atrás un karavasar reconvertido en espacio cultural, otro hamman también
transformado para actividades diferentes a las originales y nos sumergimos plenamente en el
mercadeo, el colorido de múltiples yihab, el regateo, la visión del rubí rosa autóctono, el olor
de carne a la parrilla y un largo etcétera de sensaciones en calles agradables al paseo y
llamativas a los ojos, como la de denominada de la Unión Europea, repleta de paraguas
colgados de colores amarillo, rojo y blanco.
Caminando salimos del bazar con cuidado de que algún ciclista o patinetista no nos arrolle a su
paso acelerado y nos plantamos en la plaza de Macedonia, en la que se yergue la estatua de
Filipo II por encima de las de su esposa Olimpia y la de la Alejandro en las fases iniciales de su
vida.
Más allá, al otro lado del río Vardar, se halla la del propio Alejandro sobre su encabritado y fiel
corcel Babieca y espada en ristre. Debajo, al estilo de las columnas épicas romanas, aparecen
cinceladas algunas de las principales batallas que ganó, entre ellas la tan estudiada por su
audaz estrategia, la de Gaugamela.
Y siguiendo el recorrido se llega al lugar donde nació -apenas queda un memorial y un árbol- y,
después, donde fue bautizada y se ubica su casa museo, el otro personaje de gran relevancia
vinculado al país, la Madre Teresa de Calcuta.
Entre medias se hallan los coquetos restaurantes junto a la orilla del Vardar, entre los que se
encuentran tres galeones anclados que ejercen igualmente esas funciones de restauración.
También lo atraviesan dos puentes repletos de estatuas de personajes ilustres. En el más
cercano a las de Filipo II y Alejandro se izan las de generales y reyes, y en el más alejado, las de
literatos y artistas de otros ámbitos.
Con la sensación de que nos queda mucho por ver y aprender nos marchamos de Skopje, esta
ciudad ubicada en el corazón de los Balcanes que permite zambullirse en la Europa más
oriental.
Ohrid, la perla de Macedonia
Desde allí nos dirigimos a Ohrid, al sur del país, recorriendo unos 200 kilómetros de distancia
en tres horas largas por autovía y carretera nacional de puerto de montaña. Esta ciudad, que
ronda los 50.000 habitantes, tiene fama por su ancho lago, que ejerce de ‘playa’ de Macedonia
del Norte –con animado paseo marítimo incluido-, o por su castillo. La bandera roja con el sol y
sus ocho brazos amarillentos resulta muy visible en casas y lugares públicos, como en resto del
país.
Mientras Kosovo se asemeja en mayor medida a Albania y gran parte de su población refleja
esa nacionalidad u orígenes, Macedonia resulta más ecléctica tanto en religión como en
nacionalidad o alianzas (tiene en Serbia un buen amigo, mientras que para Kosovo resulta su
mayor temor). Me habían hablado de mayor subdesarrollo -o menor desarrollo, depende de
cómo se mire- de Macedonia respecto a Albania. De momento no es esa la opinión que voy
labrando.
Ohrid me recuerda, en su atardecer, caminando por su paseo marítimo, a Cullera o a Gandia
por la animación y el tránsito de gente. No pensaba que me vendría esa imagen a la mente en
un lago entre los Balcanes. Los restaurantes se hallan abarrotados, hay numerosas máquinas
de juegos para niños, puestos de venta de helados y muchos otros productos en las calles, una
gran tarima para espectáculo, luces a ambos lados del lago… Y con esa imagen vacacional
concluye el día. Aunque no sin antes degustar lo que por aquí llaman ensalada macedonia,
consiste en los habituales tomate, cebolla y algo de queso sobre una base de verdura asada,
principalmente pimiento.
Décima jornada que empieza precisamente con paseo por Ohrid, la ciudad de la luz, del lago
más antiguo de Europa -al nivel del Titicaca o Baikal- con sus casi 400 kilómetros de extensión
y hasta 289 metros de profundidad en el punto de más caudal. Contemplamos los frescos de la
iglesia de Santa Sofía, del siglo XI; la antigua de San Clemente, también imponente y ambas
ortodoxas, y la nueva dedicada al citado santo.
Circundamos el anfiteatro del siglo II y construcción romana. Subimos y bajamos por las calles
con sus singulares faroles con forma de edificio de tres plantas. Y así nos vamos perdiendo por
esta ciudad con un encanto singular que saben disfrutar tanto sus habitantes como los
habituales visitantes búlgaros, serbios o croatas que aquí veranean. No falta en las tiendas de
joyas el clásico rubí macedonio.
La panorámica del enorme lago impresiona, la contemples desde donde sea. Y recorrerlo en un
cómodo catamarán, la siguiente actividad que realizamos, resulta una gozada. El agua del lago,
por cierto, es cristalina y de temperatura templada en agosto, perfecta para bañarse.
Desde aquí nos vamos a uno de los pequeños municipios que lo rodean, en este caso a unos
200 metros sobre su nivel -el lago de Ohrid, Patrimonio de la Humanidad, al igual que la propia urbe, se halla a unos 600 por encima del mar- para caminar por senderos de montaña hasta subir a la cima y ver, de nuevo, la inmensidad lacustre. La recompensa al esfuerzo la obtenemos con una exquisita comida vegetariana en una casa rural llamada Risto house, en un ambiente bucólico.
Después llega el chapuzón desde el propio paseo marítimo de Ohrid -ciudad que comparte
nombre con el aludido lago-, con numerosas escaleras que permiten adentrarse en él desde el
paseo que lo circunvala. Conviene hacerlo con calma ante el riesgo de resbalón. Y más tarde
toca lanzarse a deambular por las calles. Y, en este caso, adquirir uno de mis recuerdos
favoritos, una figura representativa de un personaje histórico en su país natal. En este caso, la
de Alejandro Magno sobre su caballo. También me hago con una pulsera de plástico con mi
nombre en caracteres cirílicos.
Cenamos en un restaurante ubicado en un pueblo cercano con vistas al lago, con dosis de
carne -resulta complicado evitarla en la dieta macedonia- y con la habitual actuación de grupo
folclórico, siempre pertrechado de acordeón, en su interior. En este país, por cierto, toman el
clásico raki -tan popular en Grecia- con un tono amarillento, resultado de su maceración., en
muchas ocasiones como potente aperitivo previo a la comida.
Undécimo día con regreso a Tirana. La luz penetra de nuevo antes de las seis de la mañana en
la habitación porque en el caso del alojamiento de Ohrid apenas tiene dos tiras que no pueden
ni denominarse colgando cortinas en su ventanal.
Retornamos a Albania. Para ello atravesamos la frontera, lo que nos demora unos 20 minutos,
menos de lo previsto. Aunque la carretera de Spotje a Tirana, que es la que tomamos, presenta
tramos con obras, en cuanto pasamos a la república albanesa se percibe el empeoramiento del
asfalto y la deficiente conservación en edificios y estancias públicas que se observan en la
carretera. De manera paralela comienzan a vislumbrarse búnkeres en las montañas y
construcciones que alojaban a trabajadores obligados a explotar minas de la época comunista.
Último día del viaje: aprovechamos para recorrer Tirana, la capital albanesa
Un fuerte temporal acompaña la vuelta y guía hasta el aeropuerto, aunque no será hoy cuando
subamos a nuestro avión de regreso a Valencia. Todavía queda un último día por Tirana. Lo
aprovechamos para pasear por plaza de Skenderbeg, el centro comercial Toptani y entrar en
Bunker Art, una siniestra exposición en un búnker que comunicaba con el temido Ministerio
del Interior y que recuerda las décadas de penitencia de Albania tras su independencia de
Turquía a principios del pasado siglo, el dominio efímero italiano y la entrada del comunismo
con sus purgas. Las salas de tortura o los listados de desaparecidos y hallados identificados por
sus huesos lo retratan.
Cenamos en la antigua fortaleza detrás del centro comercial Toptani que ahora también es el
complejo de restauración Toptani. Y allí nos ocurre algo que ya nos habían advertido que podía
pasar: a mitad de cena, con tormenta creciente, se va la luz. Así estamos sin que retorne unos
20 minutos, de manera que al final decidimos marcharnos bajo la lluvia y a oscuras, aunque
nos insistan en que en cinco minutos volverá. Dos calles más allá sí que hay iluminación.
El duodécimo día lo aprovechamos para pasear por los alrededores del lago de Tirana, con su
bosque y sus cafeterías en primera línea con el fin de contemplar la superficie lacustre. Hasta
allí llegamos atravesando la plaza central -con la estatua ecuestre del héroe nacional- y
torciendo a la derecha por la larga avenida Ibrahima Rugova.
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