El aeropuerto de Barajas parece el anticipo del desierto, en este caso aeronáutico, que luego nos esperará en Fuerteventura. La zona M de la terminal 4 no tiene tiendas ni bares abiertos y su oscuridad contrasta con la luminosidad de la que luego disfrutaremos en Gran Canaria. El ambiente atemoriza. Nada que ver con lo que nos encontraremos en las islas, en este caso en el recorrido por la provincia de Las Palmas, una de las dos que configuran la comunidad autónoma de Canarias.
Embarcamos en el avión de Air Europa previa dispensación de gel desinfectante y reparto de toallitas de limpieza para brazos de butacas y pantalla táctil, y desembarcamos en perfecto orden de filas. No te puedes levantar hasta que no haya avanzado por el pasillo hacia la puerta de salida la persona del asiento de delante. Como debería de ser siempre si no surgiera ese afán incontrolable de muchos pasajeros por estrujarse en los pasillos en cuanto aterriza el avión.
El coche de alquiler de Cicar nos está esperando en el aeropuerto. La compañía, con seguro a todo riesgo en cada vehículo, funciona muy bien. La recepción es rápida y la entrega de vehículos todavía más: basta entregar las llaves. No te obligan a los cansinos controles que te hacen perder tanto tiempo de otras compañías y lugares.
Nos trasladamos a la turística –por desgracia para sus propietarios y trabajadores de locales, menos este año- Maspalomas, en el sur, a la Playa del Inglés, donde se ubica nuestro alojamiento. Llama la atención, como siempre que conduces por las islas canarias, las ráfagas de viento.
En esta crónica viajera no voy a escribir de las seguro que maravillosas, paradisíacas y cuantos calificativos merezcan playas canarias. Sobre este tema existe literatura abundante. Ni quiero ser repetitivo ni, personalmente, soy aficionado a disfrutar de estos atractivos naturales. Prefiero recorridos de interior o paseos por el litoral que no impliquen tostarse ni bañarse.
Dunas de Maspalomas
Después de descansar iniciamos el primer día de estancia completa con una visita a la reserva de las Dunas de Maspalomas, una impresionante extensión dunar que hace que te sientas como una especie de Laurence de Arabia urbano o isleño, contemplando la panorámica y ascendiendo y descendiendo por estos montículos de arena ubicados a escasos metros del océano Atlántico. A unos 30 grados de temperatura.
Desde aquí cogemos nuestro coche de alquiler, un Opel Astra con 36.000 kilómetros recorridos, y nos vamos al pueblo de Mogán, donde lo más destacado consiste en un espacio denominado Rincón de Mina, con murales de bailes típicos, con su correspondiente vestimenta tradicional, de cada una de las islas canarias. Sin olvidar el molino y el material de cocina (ollas, cafetera, tetera…) a tamaño gigantesco que te hace identificarte con los pitufos y con su archienemigo Pantagruel. Esto último se halla en el limítrofe y diminuto núcleo urbano que luce el alusivo topónimo de Molino de Viento.
Puerto de Mogán
Seguimos por la carretera hasta el coqueto puerto de Mogán, con sus calles de casas blancas acicaladas (marca de las islas), su lonja de pescado, sus barcos y sus restaurantes. Una pena que haya abierto únicamente un tercio. Comemos pescado local en el mismo puerto, a apenas diez metros de las embarcaciones, en un restaurante denominado Carpe Diem. Nombre apropiado en los tiempos de incertidumbre pandémica que vivimos.
Más coche (el modo más ágil para moverte por la isla. Motos apenas se ve, ni bicis) para desplazarnos hasta Agüimes, población en la que sobresalen sus calles peatonales con estatuas que representan escenas costumbristas de la historia local. Y con casas de fachadas blancas bien cuidadas, claro.
Continuamos ruta. Pasamos por Ingenio, curioso nombre para este municipio de escasa monumentalidad, para llegar hasta el barranco de Guayadeque, repleto de flora insular, con cactus y lo que en la península llamamos higos chumbos (los isleños utilizan la denominación de tuno). Escalando de nuevo se divisa una buena panorámica de la playa de Arinaga. Retornamos a Maspalomas y nos bañamos con precaución en la piscina, repleta de extranjeros que tienden a mantener menos la denominada distancia de seguridad. Bastante gente va sin mascarilla por la calle. Eso sí, en hoteles y establecimientos todo el mundo la lleva con meticulosidad.
Estamos ya en el tercer día y nos recorreremos la isla de sur a norte por el centro, la zona más montañosa y con algunos sinuosos tramos de carretera. Antes he podido dar un paseo matutino desde el hotel hasta el centro de interpretación de las dunas. A primera hora, con menos gente y, sobre todo, temperaturas más bajas, se aprecia mejor el espectáculo dunar.
Desde Maspalomas tardamos casi una hora en llegar a San Bartolomé de Tirajana, la primera población de cierta importancia que visitamos, aunque tampoco destaca especialmente y nos da para poco más que para tomarnos un zumo en la plaza central. Proseguimos el ascenso, tanto que nos plantamos en el punto más alto de la isla, el llamado Pico de las Nieves, desde donde se contempla perfectamente el Roque Nuble, una de las rocas más monumentales de la isla por su simbolismo. En la cima del pico un simpático isleño vende sus productos en una furgoneta. La perspectiva desde arriba alcanza hasta las ya familiares dunas de Maspalomas.
Pasamos por el parador nacional de Cruz de Tejada, que tiene una pequeña piscina al aire libre desde la que se disfruta de una imponente panorámica y habitaciones colgando casi literalmente de la montaña.
Tejeda y los roques
Descendemos a Tejeda, uno de los cascos urbanos agrupados en el club de los pueblos más bonitos de España. Comemos muy bien atendidos en El Labrador, con el Roque Nublo custodiando desde las alturas y, casi frente a él, el Roque Bentayga. Un paseo por su centro peatonal, en la ladera de la montaña, completa la visita.
Son las cinco, hora canaria, con la calina de agosto machacando, y retomamos nuestro recorrido, esta vez con siguiente escala en la población de Teror, donde, por los pelos, conseguimos entrar en la basílica de la Virgen del Pino (son a las 18,25 horas y cierra a 18,30), uno de los templos más concurridos de la isla, incluso con el aforo limitado. Se llega descendiendo por una comercial y acicalada rampa peatonal.
Arucas –famosa por su producción de ron- la recorremos ya en coche. Bordeamos tres de los cuatro costados de su singular iglesia, que parece una réplica canaria de la catedral de Colonia, aunque a menor escala. Y desde aquí cogemos la autovía y circunvalamos toda la cara este costera de la isla para llegar a Maspalomas. Todavía nos da tiempo para contemplar con sufrimiento la eliminación del Atlético de Madrid en Champions.
Y el último día en Gran Canaria lo empiezo con un paseo de dos horas, entre ida y vuelta desde el hotel, al faro de finales del siglo XIX, en un extremo de Maspalomas, justo donde comienza la Reserva Natural de las Dunas, con los camelleros dispuestos a que sus camellos te lleven. Transito junto a un espigado barranco. Y a la vuelta me inicio en el mundo del Aloe Vera, una planta alcanza su apogeo productivo en Lanzarote. Me aprovisiono de una mezcla con árnica y caléndula que me alivia mi lesión de rodilla.
Ponemos rumbo a Las Palmas. Recorremos el barrio de Vegueta, con su mercado de productos frescos, la catedral de Santa Ana, el obispado, Triana y su avenida comercial… y ya nos encaminamos al enorme puerto para ir hasta el muelle Nelson Mandela, donde nos han indicado que dejemos el coche simplemente depositando las llaves en el maletero. Ya lo recogerán, porque nosotros embarcamos con la compañía Ármas hacia Fuerteventura. El barco, hasta el que nos traslada una distancia de apenas cien metros un autobús, no llega a mitad de ocupación y tardará unas tres horas en amarrar en el puerto de Morrojable, en el sur de la isla.
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