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El Camino Inglés: entre bruma, bosques y rías

Panoramica Pontedeume 2

Panorámica de Pontedeume. Imagen: SQV

Me gustan los caminos que empiezan y terminan. También en el Camino de Santiago. No se
trata de que las decenas de variantes carezcan de un final, que obviamente lo tienen y es
Santiago de Compostela, sino que la mayoría no se puede realizar al completo por falta de
tiempo o de la imprescindible resistencia.

En esta coyuntura, busco los asumibles con inicio y conclusión. El año pasado fue el Camino del
Salvador, entre León y Oviedo, y en 2025, el Inglés, entre Ferrol y la ciudad compostelana, a
acometer en seis o cinco (como ha sido mi caso) etapas.

El vuelo Valencia-Santiago, fletado por Ryannair, despega a las 5,40 de sábado. Aterrizamos
entre una densa niebla y a 17 grados un 9 de agosto a las 7 de la mañana. Toca esperar a que
lleguen taxis a cuentagotas. Lo compartimos con una peregrina que hará el Camino Francés
desde Sarriá, un clásico como primera experiencia en esta ruta que engancha (yo ya voy por mi
séptima experiencia).

Los tres nos dirigimos a la estación; ella, a la de trenes; y nosotros, a la de autobuses. Están
juntas. En esta última nos toca esperar dos largas horas a que salga el primer autobús de la
compañía Monbus hacia Ferrol, con parada en Pontedeume. Las butacas no están numeradas
en los billetes y el transporte sale prácticamente al completo. En el trayecto recupera el
retraso inicial de 15 minutos. Una vez en la estación, vamos paseando a nuestro hotel, América
-demasiado amplio y evocador el nombre para lo que encontramos-.

Una vez instalados, paseamos por Ferrol. Localizamos el punto de inicio del Camino Inglés, que
se extiende a lo largo de 113 kilómetros para terminar en la plaza de Obradoiro. Ese hito
iniciático se sitúa en la oficina de turismo, frente al puerto deportivo, donde se desarrolla una
feria de marisco, basada en la degustación, entre cuya oferta también se hallan empanadas de
diferentes sabores y tarta almendrada.

Bordeamos la ría para llegar hasta A Malata, circundar el estadio del Racing de Ferrol y volver
al hotel. El calor se ha apoderado de la ciudad. Cenamos por diez euros cada uno un buen
plato combinado en el mesón Mateo.

Primera etapa: Ferrol-Pontedeume

Mañana de madrugar, como mandan los cánones del Camino para intentar evitar las horas
vespertinas de más sol. La primera etapa, que concluye en Pontedeume, es la más larga, con
27,7 kilómetros de distancia. Ya nos hemos dejado, como haremos cada día, todo preparado la
noche anterior para que al despertar baste vestirse, ponerse la vaselina en los pies, calzarse las
botas y a caminar.

La primera mitad de etapa discurre casi lindando la ría de Ferrol. Con su panorámica a nuestra
derecha atravesamos casco urbano, polígono industrial, zona residencial e incluso un gran
parque hasta llegar a Neda, donde termina la ría y toca pasar al lado contrario, como
remontándola por la orilla contraria aunque empezando ya a orientarnos hacia el interior.

Antes, en Neda, nos cuñan la credencial de peregrino en la bonita ermita de San Nicolás. Lo
hace un lugareño con muchas ganas de explicarnos sus detalles. Ando con hambre, porque es la hora de almorzar -desde hace varios años en el Camino renuncio a desayunar para intentar
disfrutar con apetito desatado de un buen bocadillo- y no encontramos un lugar en el que no
se limiten a darnos pan con fiambre.

Proseguimos hacia Fene, el siguiente municipio, ya por algún tramo boscoso. Nos vamos
cruzando con tres chicas ecuatorianas y dos alemanas. A veces nos adelantan ellas y otras,
nosotros, como resultan tan habitual en el Camino. Al final paramos a almorzar a las 11,30 y
desde allí ya encaramos el tramo final, entre subidas y bajadas y con el sol calentando con
fuerza mientras tratamos de aprovechar todas las fuentes que encontramos.

Compramos una botella de agua bien fría en Cabanas para refrescarnos antes de avistar el
famoso puente que da renombre a Pontedeume, una localidad que supera en censo los siete
mil habitantes y que en verano se encuentra abarrotada. Es domingo y los bañistas en el río
Eume proliferan.

Llegamos a nuestro alojamiento con el primer deseo urgente de peregrino: una buena ducha.
Luego ya se trata de buscar un lugar donde comer en una población llena a rebosar. Al final
nos recomiendan el bar Alameda y constituye un acierto. Disfrutamos de un denso y sabroso
cachopo.
Después viene el descanso en forma de siesta y el paseo vespertino por la ciudad,
junto al citado Eume y por el antiguo cogollo medieval.

Segundo día: Pontedeume-Betanzos

El ritmo del Camino no para. Me despierto a las 6,30, estudio un rato portugués en la
aplicación de Duolingo a la que me he aficionado o enganchado, según se mire, y bajamos a
desayunar tostadas con leche, que en este alojamiento tenemos incluida esa alimentación
matutina.

La etapa de hoy comienza con una constante subida de dos kilómetros para llegar hasta un
mirador que permite contemplar la ciudad y su río. Hoy pasaremos por escasos núcleos
urbanos. El trayecto se basa en carreteras comarcales, zonas boscosas, pasarelas junto a la
reserva de la biosfera del río Mandeo… La única localidad que atravesamos es Miño, justo a
mitad de esta etapa de 20 kilómetros.

La llegada a Betanzos -final de paseo- se observa desde lejos pero no la acabamos de pisar.
Ocurre en ocasiones cuando la población se eleva en alguna cima o tú bajas desde un lugar en
alto y se halla en un llano. Parece que no avances debido, en parte, a que las altas
temperaturas te aceleran el deseo de llegar.

En Betanzos nos espera nuestra reserva en Casa Miranda, la cuna de la tortilla de patatas típica
y singular del municipio por ser melosa, poca hecha, y deslizarse un jugoso caldo de huevo al
cortarla. Sirven opción única: tortilla de 12 huevos y sin cebolla, de dos dedos -a lo ancho- de
altura.

Menos mal que hemos reservado, porque aunque han colocado un cartel en la puerta bien
visible donde recalcan que el establecimiento se halla completo y solo atienden a reservas,
entran más de 30 personas a preguntar -más sus acompañantes- si hay sitio mientras
comemos en una de las mesas del salón de entrada.

Con la barriga bien llena nos vamos a descansar. Aprovechamos un cartel de fisioterapia para
peregrinos y acudimos a la clínica BSalud, donde atienden con eficacia la inflamación de fascio
y metacarpianos de mi joven compañero peregrino. Apenas cenamos.

Tercer día: Betanzos-Hospital de Bruma

La etapa de hoy se anticipa en las diferentes guías como la más dura de este Camino, y no
tanto por su extensión (24 kilómetros) como por sus ascensos y descensos. Pronto
comprobaremos que esas subidas y bajadas serán también la tónica de los días siguientes.

Al igual que en Pontedeume, los primeros kilómetros transcurren ya en subida, en este caso
para salir de Betanzos. Aunque nos ahorraremos los 35 grados de calor de los días anteriores,
también sudaremos lo nuestro. Apenas transitamos por núcleos habitados y, por tanto, cerca
de bares donde podamos detenernos. De hecho, hasta Meangos, pasado Cos y más de una
decena de kilómetros después del inicio, no encontramos donde almorzar. He de reconocer
que disfruto con las hogazas gallegas por su firme corteza y su escasez de miga.

Hablamos un rato con una peregrina italiana, de Milán, que debuta en estas lides. También
mantenemos una conversación con dos amigas canarias y una pareja argentina. El Camino da
pie a estas charlas breves sin compromiso de continuidad.

La siguiente parada reseñable la hacemos en el chiringuito de la piscina situada junto al
embalse de Beche, el lugar más bañista con el que nos topamos en pleno Camino. Desde allí
seguimos hasta As Travesas, donde destaca el bar-estanco Casa Avelina, con la anciana
presumiblemente del mismo nombre sentada en un rincón tras la barra, aunque sin atender.
Escucha, observa y, con su presencia, otorga marchamo de antigüedad y solera al local.

Alcanzamos Hospital de Bruma, aunque nos quedaremos en una pensión de carretera ubicada
en la cercana localidad de O Meson do Vento, con casi 300 habitantes, mientras que la que
hace de epitafio de etapa apenas supera las cuatro decenas y su infraestructura de
alojamientos resulta bastante escasa.

Nos hallamos ya a 40 kilómetros de Santiago de Compostela y nos empezamos a habituar a las
rutinas, dureza, sensaciones y costumbres del Camino. Suele ser entre la tercera y cuarta etapa
cuando empiezas a encontrarte plenamente, e interiormente, en él. Por la tarde se despierta
un gélido viento.

Cuarta etapa: Hospital de Bruma-Sigueiro

Mañana de densa niebla, más incluso que en los amaneceres precedentes. Hemos de caminar
unos dos kilómetros desde nuestra pensión para retornar al Camino, ya que se sitúa fuera de
él. Lo retomamos en el hito -prefiero ese término al de mojón- que marca los 39,5 kilómetros.
Una de las grandes ventajas del Camino de Santiago Inglés la constituyen estos indicadores
kilométricos ubicados en espacios bien visibles y situados cada 300-400 metros. En otras
variantes que no pasan por la provincia de La Coruña son mucho más escasos.

Poco a poco va despejando la bruma. Al igual que las anteriores, la etapa actual también se
caracteriza por recorrer espacios solitarios, con tramos largos sin ver peregrinos y extensos
trechos sin viviendas. A eso se suma bastante bosque. Perfectas para sentir más el Camino.

Paramos en el primer bar que vemos abierto, en A Rúa, a unos siete kilómetros del inicio de
etapa. Un triste bocadillo de salchichón y queso de finas lonchas e insípido configura el
almuerzo, la ingesta que más suelo apreciar del Camino.

En esta etapa observamos una curiosa exposición de esculturas, con un imponente dinosaurio
destacando, en O Castro, y una imagen de un santo degollado en una ventana de la ermita de
A Rúa.

Andamos durante cuatro kilómetros en paralelo a la autovía. El calor aprieta. Un taburete de
plástico colgado sobre una columna luce una frase que invita a utilizarlo pero no a llevárselo.
Los hitos dejan constancia de cómo vamos acortando distancia con Santiago. Empezamos a 40
kilómetros y terminaremos a unos 17,5, en una pensión de Sigueiro apartada del municipio,
con una gran bañera como piscina y una amable y singular persona atendiendo.

Quinta etapa: Sigueiro-Santiago

Contiene más subidas y bajas de las previstas para la dificultad 1 con que la define la guía
Gronze, el vademécum del Camino de Santiago. Sumamos un par de kilómetros a los 15,7
oficiales por la ubicación más alejada de nuestro alojamiento.

La etapa transcurre entre bosques. Pese a la cercanía al destino final, hasta el kilómetro 8,5 no
aparece el primer lugar donde comer algo: un hotel en medio de la vegetación. En contraste
con la magnitud del edificio, ofrece poca variedad y algo cara. Como en otros locales del
Camino, hay que pagar en efectivo.

Nos vamos cruzando y adelantado con otros peregrinos cuyos rostros ya nos resultan bastante
familiares. Han sido nuestros compañeros esporádicos en etapas precedentes. Nos une este
recorrido. Y ya posiblemente nos los volveremos a ver. Hoy terminaremos el Camino de
Santiago Inglés.
A estas alturas ya tienes la certeza de conseguirlo.

Unos seis kilómetros antes de la ciudad compostelana se abre un espigado polígono industrial
y el recorrido pierde todo encanto. Y justo cuando entramos en Santiago -y aunque resulte
paradójico- las señales del Camino escasean. Cuesta encontrarlas y perderse constituye un
riesgo elevado.

No obstante, el campanario de la mítica catedral ejerce de luminoso guía y las ganas de llegar
aceleran nuestros pasos. Deseos de final y también pena por hacerlo. Alcanzar la meta significa
terminar el Camino, con todo lo que ello supone.

Así entramos en la plaza del Obradoiro, nos abrazamos y vamos a la oficina del peregrino a
recibir nuestras acreditaciones, tanto la de haber realizado la peregrinación como la que
certifica haber cubierto los 113 kilómetros de distancia entre Ferrol y Santiago.

La oficina de atención al peregrino se halla abarrotada; no obstante, la amabilidad y eficacia
del personal facilita la gestión y hace que todo se resuelva rápido. De ahí nos dirigimos al hotel
para ducha y, posteriormente, tomar una cerveza Estrella Galicia -raro es el bar que no la sirve
como caña- y comer empanada y pulpo.

Con la degustación y la misa del peregrino en la catedral concluye esta nueva experiencia en el
Camino de Santiago, en este caso por trazado que han bautizado en honor de quienes
peregrinaban desde Inglaterra y arribaban en barco a la costa gallega para andar desde allí a
postrarse ante la imagen de Santiago el Apóstol.

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